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Introducción

En Los cuadernos de Praga[1] el novelista argentino Abel Posse intenta seguir los “pasos perdidos” del personaje de Ernesto Che Guevara para reinventar los cuadernos de éste, un documento histórico de gran trascendencia cuya desaparición u ocultación ha dejado un hueco en el determinante episodio de la estancia del revolucionario en Praga. ¿Por qué esta desaparición u ocultación? Por supuesto, mucho tiene que ver con la naturaleza del personaje, particularmente con su papel histórico y las consecuencias de éste, primero en el mundo socialista del que se reclamaba. De paso, otras preguntas serían ¿por qué los compañeros del Bloque del Este no buscaron el documento? o de tenerlo –lo cual es muy posible– ¿por qué no lo publicaron?:

Corre el rumor de que durante aquel período de indecisión (estadía de Praga) el Che vertió en algunos cuadernos sus reflexiones, vacilaciones y proyectos. Cosa imposible de comprobar, dado el hermetismo oficial de Cuba para con los escritos del Che. Si existen, esos hipotéticos Cuadernos de Praga deben de estar más guardados aún que ningún otro documento…

Cuando se conoce la libertad de palabra de Guevara, cabe suponer que podrían ser dinamita. El interés de sus cuadernos, siempre que aparezcan algún día, sería el de informarnos del estado de ánimo del condottiero mientras descansaba, durante aquellas largas jornadas de absurdo ocio, en una Praga soberbia y gélida.[2]

 

Posse intenta despejar esta incógnita de los Cuadernos…, acercándose lo más posible a su impresionante personaje: “Yo traté de llegar al Guevara más íntimo, al Guevara de la muerte. La verdadera vida de Guevara es un largo diálogo con su propia muerte que comenzó a los tres años con su asma. ”[3]  El novelista argentino demuestra otra vez – como lo hizo ya en Daimón y Los perros del paraíso[4] – la permanencia de su compromiso en recrear la historia o, como lo recomienda el escritor mexicano Fernando del Paso, “asaltar la historia oficial”, conforme con la aserción de Carlos Fuentes: “El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia.”[5]

En el largo camino que sigue Posse en busca de Guevara, descubrimos dos rasgos que merecen más ser destacados en el personaje: por una parte, la soledad de éste y, por otra, su desinterés por el poder y sus comodidades a menudo muy insidiosas. Aquí, la soledad resulta de una huida constante de cualquier forma de poder político o revolucionario que no se sitúe en una perspectiva histórica de restablecimiento de una justicia eterna vista en una victoria compartida y definitiva del socialismo contra el capitalismo triunfante del siglo XX. La realización de este objetivo pasará, según Guevara,  por el siguiente itinerario: cuando ya realizada la revolución cubana, tras la frustrada campaña del Congo, se preparará la imprescindible campaña de Bolivia, preludio de la guerra final: “Guevara nuestro querido Comandante, no tuvo la menor duda de que la batalla de Bolivia era apenas el detonador, nada menos, de la Tercera Guerra Mundial, la Madre de las Guerras”.[6]

Como es de extrañar, el largo caminar revolucionario del argentino coexiste y se yuxtapone con otro caminar marcado por el destino solitario y muy “humano”[7] del personaje que oscila entre asma y muerte, nacionalismo y universalismo, realidad y sueño (las máscaras), amistad de ayer y enemistad de hoy, sin olvidar la lucha interior que destroza a un Guevara preso entre las persistentes costumbres de su estirpe burguesa y la realidad de sus convicciones comunistas.

Estas muchas oscilaciones nos guian en el enfoque de nuestro trabajo. Partimos de los orígenes de Guevara, desde el primer foco que constituye su familia burguesa. Cuando intenta y parece lograr el personaje liberarse de las garras de esta burguesía – a la de su familia se agrega otra más temible del socialismo internacional –, cae en una soledad cuyos dos aspectos analizamos en nuestro segundo capítulo. Terminamos por un intento de captar lo que ha quedado del Che o, mejor dicho, la parte inmortal o mítica del personaje.   

 

I. Ernesto Che Guevara y el poder

 

Toda la vida de Guevara ha sido sobre todo una lucha contra sí mismo y su entorno: el comandante y líder revolucionario intenta resistir contra su propio poder, el de la burguesía de su familia y el de la oligarquía socialista internacional.

 

        I.1. La burguesía de su familia, primera encarnación del poder

 

El primer enemigo del Che es su ascendencia burguesa. Por eso, emprende una lucha contra sí mismo, contra la realidad invisible que es su propia sangre, contra las garras secretas de su aristocracia familiar. Se llama Ernesto Guevara de la Serna, procedente de una familia argentina que vivió en Rosario y luego en Córdoba. Su padre Ernesto Guevara Lynch y su madre Celia de la Serna eran respectivamente oriundos de California y de una clase notoria de terratenientes y políticos de Argentina.

Pero la burguesía de los Guevara, en la época del Che, no respaldaba en una riqueza financiera:

Siempre andaban mal de plata, pero nunca dejaron de sentirse socialmente poderosos. Vivían y se sostenían en el sentimiento de su superioridad, digamos de orígenes, aristocrática o aristocratizante o simplemente esnob, como se quiera…[8]

 

Ante esta postura social, muy temprano, Ernesto manifestó una desavenencia y hasta un anticonformismo a veces sinónimo de “insolencia” – una provocación hasta en su vestir con, por ejemplo, “zapatos de distinto color”[9]  – que, en realidad, no discrepaba tanto de la actitud un poco huraña y rebelde  de sus padres, caracterizada por  unas prácticas un tanto anticlericales y mucho apego a valores democráticos en la Argentina de su época.[10]

Pues, el comportamiento marginal de la familia en su propio ámbito burgués, sobre todo por su oposición a la dictadura de entonces, confortó por supuesto la inclinación del joven Guevara hacia la aventura: “No les pasa nada. Nunca les pasó nada. Ernesto es el prototipo de los que sienten esto y buscan curarse en la aventura”.[11] Igual que rechazó su clase aristocrática, rompió su relación con su novia burguesa, Chichina Ferreyra,  dando así la espalda a la situación por supuesto bastante cómoda que le reservaba un casamiento con ella.[12] El compromiso de Guevara en este rechazo se afianza en la relación íntima aunque transitoria con otra mujer, Yolanda, una leprosa, a quien demostró particular solidaridad con fines de ayudarla en su lucha contra su grave enfermedad: “Ella había bebido de su copa. Se la tomé de la mano y brindé y bebí un largo y confiado sorbo.”[13]

No obstante, el rechazo a su familia “original” se aminora un poco por el refugio sentimental que constituye para Guevara el regazo de la madre Celia con quien siempre ha compartido el universo de la muerte: “¡Formidable madre, Celia querida!: sabiamente me alimentabas de muerte, me amamantabas con mi propia muerte.”[14]. La larga carta a la madre[15]  es un documento muy ilustrativo del cariño pero sobre todo del profundo compañerismo cómplice entre Ernesto y Celia en un mundo de riesgo, de desafío y de muerte:

Era como una rebeldía súbita. Era tomar la vida por el revés y decirte: madre, basta de pena, ¿quién dijo que se debe ir a la muerte desde la vida, protegiéndonos, cuidándonos, demorando menesterosamente el encuentro con la muerte? Yo iré, te lo juro, a la vida desde la muerte, desde el riesgo.[16]

 

La estrechez de las relaciones entre Guevara y Celia se comprueba a lo largo de todo el relato y en muchas ocasiones. La alta estima del hijo por la madre alcanza la plenitud de su expresión en una oda a la muerte que tiene el sentido de una invitación hacia lo infinito.[17]

 

I.2. El Che en contra de la oligarquía socialista

 

La crítica del mundo social se dirige primero a Cuba, a pesar de las no muy malas relaciones que éste tenía con Fidel Castro. A título de ilustración, Guevara prefiere no defender la revolución cubana ante los profesores de lenguas que asimilan Cuba a “una mierda”, un país dependiente de los rusos: “Todos lo pagan los rusos y nosotros, por orden de los rusos… Ellos no sirven nada más que para mover el culo. No llegarán a ninguna parte, con el comunismo ni con el capitalismo.” [18]

La identidad política de nuestro personaje se manifiesta precisamente en su independencia ante Fidel Castro: “No hay oposición… Somos dos caras independientes, pero de la misma moneda”.[19]  Por supuesto, no es muy duro contra la revolución cubana que considera mejor que la de Praga donde destaca una “infelicidad”,[20] un socialismo inhumano respaldado en el silencio y el terror, un “socialismo del miedo, el orden aterrorizado. La pax de los delatores”.[21] Por todo ello ve lo que ha pasado en Cuba como “una revolución en la revolución”;[22] todo el resto es un fracaso, como en Praga donde todo es “gris”, triste y monótono, donde no hay libertad de los “hombres transformados en niños eternamente dependientes de la pirámide jerárquica”.[23] Peor, Checoslovaquia valdría menos que la España franquista: “Hasta en España hay más libertades que aquí. Inclusive con Franco”.[24]

Por otra parte, en los recuerdos  de la campaña congolesa, el socialismo no está bien visto a través del marxismo leninismo que aparece vencida por la magia; una victoria de “los brujos de Laurent Kabila”[25]  contra la razón occidental:

La selva se traga espiritualmente a los hombres occidentales, con su feliz automatismo de vida-muerte-vida. La razón y el propósito de la condición humana se tornan ridículos, insignificantes, ante el ritmo vegetal de la selva[26]

 

Es después de comprobar la caída de las ambiciones revolucionarias en  muchas partes cuando se reducen los ya reconocidos méritos de la Cuba castrista que, como “una nave varada, inmóvil, jadeando un asma digno del Che”[27] tiene la culpa de no emprender la gran batalla final. Pero la responsabilidad del estancamiento de la revolución es también y sobre todo la de los rusos, particularmente “la traición de Kruschev en 1962”[28] cuando, “al retirar inconsultamente los misiles” decidió la Unión Soviética no enfrentarse con Estados Unidos, un combate en que sí hubieran participado los otros países socialistas del mundo entero.[29]

 

I.3. El Che ante su poder de Comandante

 

Tras el rechazo por el Che de su burguesía “original” y el lamento de la desorientación y decadencia del socialismo estatal euro-oriental y cubano, asistimos a la presentación de un personaje que, en una especie de prueba de autoflagelación y escarmiento, intenta probar unos modelos de conducta revolucionaria caracterizados por un elevado espíritu de justicia y respeto a ajeno. Lo notamos precisamente en las relaciones entre el comandante y sus variados colaboradores. Naturalmente, no se trata de un Che santo sino de un ser humano consciente de sus lacras y quien busca el camino menos comprometedor para sus ambiciones progresistas. Al respecto, no vacila a veces en relativizar la misma noción de justicia. Fue el caso en la campaña de la Sierra Maestra donde tuvo que acatar la disciplina militar y asumir su primer papel de verdugo cuando le tocó cumplir el primer fusilamiento y matar al compañero traidor Eustimio Guerra: “La situación era incómoda para la gente y para él (el traidor), de  modo que acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola 32 con orificio de salida en el temporal derecho.[30]

El cumplimiento de la imprescindible orden militar no impedía a Guevara ver la otra vertiente de la verdad cuando reconoció que “Parte del proceso revolucionario es esa injusticia al servicio de la futura justicia”.[31]

Por lo demás, cuando la situación lo requería, por razones de seguridad de su propia persona para el seguimiento de la lucha, él demostraba una destacada destreza para escapar de la vigilancia de sus hombres y reaparecer más tarde, una habilidad que confirmó Bimbo, un antiguo colaborador suyo:

Era tarde para todo. Nos había hecho una de sus jugadas… No éramos más que peones de su gran juego. ¿Qué podía tramar en Alemania Oriental?...

Dos días después reapareció sin decir nada, como  si hubiese estado escribiendo y leyendo apaciblemente en una habitación del Pariz o del Europa.[32]

 

Por lo que a la conducta de sus hombres respectaba, Guevara nunca era parco en elogios cuando uno cumplía un buen trabajo, como fue el caso de Tanía en Bolivia. Se trataba precisamente del comportamiento del Che como jefe revolucionario ante sus colaboradores y hombres de confianza:

Tania hizo una tarea estupenda. Cumplió con creces la misión que le encomendé. Se metió a toda La Paz en el bolsillo (o en la cama), incluyendo al general Barrientos, el Presidente.[33]

 

Su postura de jefe militar no le concedía el privilegio de tener más comodidad y mejor tratamiento que sus compañeros. En las más recias situaciones, sufrió igual hambre o sed que éstos: “El coraje y el sentido de justicia. Jamás comió algo, por muerto de hambre que estuviese, antes de repartirlo en porciones ecuánimes”[34]

Por otra parte, no le negaba a nadie, ni siquiera a los animales, el derecho a la dignidad. Prueba de ello, la escena del ciervo, aquel animal herido a muerte y cautivado en un cañón, al que él prefirió dar muerte –“despenándolo” – para evitarle un final tan deshonrado como el de ser matado y roído por millares de ratas: “Él bajó por el terraplén y lo degolló con un corte firme y profundo. En dos minutos, el ciervo dejó de sufrir. - ¿Ves, Vladimir? Lo salvamos de honor.”[35]

De este acto resulta el muy conocido lema “Más vale morir honrado que vivir deshonrado”. Este valor, transpuesto al mundo propio de Guevara, da a comprender por qué para él la guerra es el mejor palacio: “Entro de nuevo en el noble y terrible palacio de la guerra y del riesgo extremo. Es lo que me cuadra, lo que me va bien”.[36]

 

II. La soledad del personaje

 

El Che aparece siempre como una víctima de su compromiso revolucionario, es decir de la sacralización de un ideario situado más allá de las ya realizadas victorias del socialismo (cubano, soviético y chino) pero muy lejos de una victoria final sin la cual todo el camino recorrido, el suyo y el de todos sus compañeros de ayer y de hoy, es mero fracaso.

 

II.1. La soledad por culpa del otro

 

El término “el otro” se refiere particularmente a los dos bloques antagónicos socialista y capitalista. Es decir que la soledad de Guevara se transforma en un destino que le imponen sus compañeros de ayer y sus enemigos de siempre. Pues, acaban por confundirse en una ofensiva anti-Guevara las dos más grandes organizaciones del espionaje internacional: la CIA y el KGB de los dos mundos llamados occidental y oriental.

En la capital de Checoslavaquia, un importantísimo núcleo del bloque socialista, particularmente en la época de la guerra fría, Guevara confiesa sufrir la más recia adversidad: “En esta Praga hay más enemigos que en la sierra o en la selva. Ya estamos movilizados y les exijo la más estricta disciplina”.[37]

Desde luego, en este centro del socialismo, estaban en plena oposición la CIA estadounidense y el KGB soviético con sus redes respectivas. Pero en torno al personaje de Guevara convergieron ambas organizaciones, no sólo vigilándolo sino tendiéndole muy cínicas trampas. La eficacia de esta persecución antiguevariana puede medirse al siguiente anuncio de la próxima muerte en Bolivia del revolucionario, ya antes de que abandonara la ciudad checa: “Cuando salió de Praga la CIA ya conocía todos sus posibles movimientos en Bolivia… Esto es: que Guevara estaba ya muerto cuando tomó el tren en Praga”.[38] El aislamiento y el castigo mortal eran pues las sentencias ya decididas contra la amenaza que no dejaba de representar el Che quien, a su vez, “tejía su (propia) red” de colaboradores internacionales con el chino Chu Enlai, el argelino Ben Bella, el egipcio Naser y otros menos famosos como Bustos y Debray (p. 80). Pero ¿cómo cerciorarse de la sinceridad de estas amistades con un personaje tan orgulloso de su propia independencia y tan convencido de la irreversibilidad del gran combate final?

Por eso, según el KGB:

Guevara ya era definitivamente mala palabra. ¡Un revolucionario voluntarista, un desordenado! Un enemigo mortal y táctico de la Troika y del señor Brejnev, especialmente.[39] 

 

Ante este doble acoso americano y soviético, Guevara no podía sino reconcentrarse en sí mismo y contar quizá con el respaldo de aquel compañero que representaba “la otra cara de la misma moneda”.[40] Pero la despiadada realidad del poder y la razón de Estado ya habían pasado por allí. Con fines de protegerse aislando al revolucionario incontrolable, Fidel Castro ya había cortado el puente de un posible regreso oficial de Guevara a Cuba el mismo día en que “había leído en público su renuncia (del Che) a todos los cargos y a la nacionalidad (cubana)”,[41] es decir la carta secreta que le había escrito Guevara. De allí una ilustración de la inexistencia de amigos sino de intereses en política, una realidad ya expresada por el gobernante cubano a Guevara en otras palabras cuando la decisión de éste de salir de Cuba, rumbo a una revolución  internacional: “Te apoyo mientras las salpicaduras no pongan en peligro a Cuba”.[42]

Entonces, a Guevara se le acababan de cerrar todas las puertas de la colaboración y amistad con el otro.

 

II.2. La soledad, por culpa suya

 

Ésta es otra soledad, más dramática, que el revolucionario vive desde sus adentros. Conoce una serie de metamorfosis de las que va a ser irremediablemente la víctima.

Durante toda la estancia de Praga, Ernesto Guevara no era Ernesto Guevara sino otros tres personajes con nombres distintos. Era Raúl Vázquez Rojas, el burgués que le recordaba sus orígenes.[43] Era también “Adolfo Mena, el uruguayo o Ramón Benítez.[44] Los tres personajes guevarianos “tenían tres casas de seguridad a su disposición”.[45] Pues ¿dónde vivía Guevara? Un misterio para todos. Ninguno de los que se le acercaban en Praga pudo identificarlo con exactitud:

El mantenía diálogos personales con cada uno. Sólo él tenía los hilos finales de la red que tejía. Era el hombre más solo del mundo, empeñado en llegar hasta el fin, hasta poder cambiar el mundo para siempre. [46]

 

Los tres personajes representaban más precisamente las tres máscaras que Guevara usaba según las circunstancias. Pues, una diversidad de transformaciones que le imponía su deber revolucionario:

Guevara sabe que, mientras esté en Praga, tendrá que aceptar este ritual o juego. Tendrá que andar revestido de burgués, lejos de su pelo castaño y de su boina con la estrella revolucionaria, imagen que lo transformó en un logo de la revolución mundial voluntarista.[47]

 

Como era de notar, los variados y permanentes cambios acabaron por desnaturalizar a Guevara haciéndole perder la sustancia de su pasada y muy conocida identidad. Lo que no dejó de provocarle mucha pena “Se extraña a sí mismo, tiene nostalgia de su ser”.[48]

Precisemos que el término de “máscara” debe considerarse como una segunda naturaleza, por lo tanto, falsa, que se le pega a la primera y original. Es decir que no se trata de un mero cambio de nombres sino de una difícil y cuidada transformación física del personaje: “Eddy Suñol viajó desde Cuba para prepararle la apariencia de Raúl Vázquez Rojas, la de Ramón Benítez, y aun otra máscara que usará para el viaje decisivo: la de Adolfo Mena”.[49]

Progresivamente, Guevara se encontró ante un dilema. O ceder su propia identidad a la de las máscaras, lo que suponía ser otro Guevara, o renunciar a este peligroso ejercicio y exponerse a una vulnerabilidad que comprometiera su lucha revolucionaria. Ante esta trágica situación, no tuvo remedio, se sometió al juego de las metamorfosis y se involucró definitivamente en una aplastante soledad:

Le molestan esos tres personajes… Son como tres argentinos sobre un solo par de espaldas. Es demasiado, no se puede pretender eso de ningún ser humano.[50]

 

Su propia tragedia acabó por ser la falsa realidad de las máscaras sobre la suya verdadera, como sin duda el precio que tuvo que pagar por su compromiso revolucionario. En efecto, si no hubiera sido Ramón Benítez Fernández,  no hubiera podido viajar a Francia.[51] Tampoco hubiera podido ir a Cuba Ernesto Guevara por su ya conocida renuncia.[52] Por lo tanto, el destino final de nuestro personaje se perdía en constantes metamorfosis que, en tanto que representaciones ficticias, transcendían la mortalidad  del humano Guevara para alzarlo en la muy codiciada inmortalidad de su revolución.

 

III. Más allá del personaje o el mito guevariano

 

Esta última parte intenta resumir las anteriores y destacar las lecciones que sacar de ellas. Es decir que el total compromiso de Guevara en su labor revolucionaria, más allá de su interés personal, familiar o de clase, es un rasgo determinante que participa de una reconstrucción del mismo personaje y su ascensión a una escala universal e intemporal. A todo ello coadyuva su particular abnegación y su relación con la muerte que para él es también vida.

 

III.1. Los valores supremos del ideario revolucionario de Guevara

 

Ellos giran en torno a la entrega entera de nuestro personaje al cumplimiento de su descomunal ideario sostenido por una particular resistencia contra las delicadezas del cuerpo humano.

 

III.1.1. Una entrega total al ideario revolucionario

 

En el mundo propio de Guevara, el cuerpo físico debe estar al servicio exclusivo de un conjunto de ideas y valores revolucionarios. En ello, no pudieron prevaler cualesquier obstáculos, aunque fueran filosóficos. Al respecto, fue muy ilustrativa la enfermedad de asma. Ésta era el mayor enemigo del Che desde su infancia. Le hizo sufrir constantes crisis: “ese sonido ronco, profundo, involuntario, como un rugido o un ronroneo de gato. El asma. Asma para siempre. Como quien dice muerte de por vida”.[53]

De no ser por su extrema determinación en luchar contra esta enfermedad, ésta hubiera obstaculizado toda su vida revolucionaria. Incluso las firmes advertencias de su médico no pudieron detener su caminar: “Cómo decirle al doctor Sadak que sólo necesito un cuerpo para un año o año y medio. ¿Lo suficiente para encender el horno decisivo, el último Vietnam?”[54]  Allí notamos no sólo la inutilidad para el Che de su cuerpo fuera de la acción militar sino también la particular aprehensión que éste tenía de la muerte, igual que su madre Celia quien se lo había enseñado; “La muerte es como un perro de campo: Teme al que le desafía y huye con la cola entre las patas. Sólo muerde cuando intuye que le temen”.[55]

Entonces, de tanto desafiar a la muerte, logró trascenderla en un intento de positivar el mal provocado por el asma. Más precisamente, aprovecha esta enfermedad tranformándola, sacando de ella energía porque saca vida de la muerte que puede provocar: “Yo iré, te lo juro, a la vida desde la muerte”.[56] Por ejemplo, este gran espíritu de desafío le permitió superar, con gran sorpresa de Vladimir que lo acompañaba, las asperezas extremas de los entrenamientos en Praga, y más tarde en Cuba: “Es necesario que esté perfectamente entrenado. Tengo por delante una competencia  extraordinariamente difícil”.[57] Él siempre intentó ir más lejos para responder a las durísimas exigencias de la lucha revolucionaria.

 

III.1.2. Un ideario por encima de todo   

 

En su vida al servicio único de la revolución eterna, la comodidad familiar y los sentimientos de padre y de marido no tenía demasiada trascendencia. Unas cuantas veces aludió a su familia. Por ejemplo, su máscara Vázquez mencionó tener dos hijos “uno estudiando en Madrid, la otra con su madre en Montevideo”.[58] No obstante, sabemos que Guevara se casó dos veces, una primera con la peruana Hilda Gadea con quien tuvo Hildita, y una segunda con la cubana Aleida March, un matrimonio que le dio cuatro hijos: Aleidita, Celia, Camilito y Ernesto.

Por encima de todo esto, la escasa imagen de la familia que aparece en la vida del Che, excepto la de la visita que le rindió Aleida en Dar-es-Salam, “la madre que le quedaba, lo bañaba, le curaba las heridas, le hablaba de los hijos…”,[59] es la de una casa vacía donde está la misma esposa, solita, en Cuba: 

Allí su mujer, Aleida March, con su perfil fuerte, picasiano, tiene la gentileza de mostrarme los espacios que Guevara tan poco habitó. Y pese a todo, la casa vacía desde hace décadas es una casa de familia. Se creería oír voces de chicos, de sus hijos y hasta el silbido de esa asma del que los niños se burlaban. Trepaban por sus brazos para aplicar el oído sobre el pecho del padre, y reían, me cuenta Aleida.[60]

 

He ahí la evocación de la ausencia de un padre de familia cuya única casa, cuyo único palacio, como ya lo dijo, era la guerra y, por supuesto, la muerte.

 

III.2. La figura de Guevara tras su muerte o la construcción del mito

 

No es evidente que convenga hablar de la muerte aquí. En toda la novela la palabra “muerte” casi nunca ha designado lo que entendemos comúnmente como muerte sino un episodio transitorio que abre el camino hacia muchas vidas: “Bienvenida muerte una vez más, la mía y la de otros. Muerte creadora”.[61]

Es exactamente la trascendencia de esta muerte la que contribuye a la construcción del mito o, mejor dicho, de la inmortalidad que el Che ya consigue desde la campaña del Congo merced al Dawa[62]: “Expongo el pecho y grito para que disparen. Soy inmortal, tengo una infinita y desafiante confianza… Inmortal guerrero blanco”.[63]

El propio narrador possiano acredita la tesis de esta inmortalidad de Guevara cuando, en 1993, es decir veintiséis años tras su “supuesta” muerte en Bolivia (el 9 de octubre de 1967), decide ir a buscarlo en la ciudad de Praga: “Empecé a perseguir con ahínco al fantasma que se burlaba de mí perdiéndose en algún portal de la Nerudova o por la calle Zeletna”.[64]

La misma figura se vuelve inmortal en una parodia bastante frecuente del personaje del Quijote donde se nos presenta “el caballero de la estupenda figura”,[65] un Che cuya batalla revolucionaria está comparada con una “lucha con gigantescas fuerzas”[66] con un Rocinante al que ha transmitido su asma.[67] Desde luego, en el Guevara vuelto Quijote se reconoce el valor y la eternidad de la lucha que siempre ha emprendido el revolucionario argentino quien no ha dejado de suscitar las siguientes dudas:

¿Quiere morir? ¿Quiere vivir? ¿Quiere triunfar o ser derrotado? ¿Quiere imponer su poder sobre la realidad o ser vencido por la torpe realidad de su tiempo para asumir el supremo y diamantino poder de transformarse en símbolo de todas las rebeldías justicieras de su tiempo?[68]

 

 

Conclusión

Este cuestionamiento del combatiente Pachungo Montes de Oca que cierra el relato de Abel Posse plantea de nuevo la problemática de la existencia del documento Los Cuadernos de Praga y el vacío que deja todavía en la memoria universal para un mejor y cabal conocimiento de la figura de Ernesto Guevara y del sentido de su acción revolucionaria para el mundo contemporáneo y futuro.

Entonces, el novelista argentino, al lamentar la necesaria corrección de las lagunas de la historia, se viste de poeta aristotélico para enfrentarse con el cronista:

L’historien et le poète ne diffèrent pas par le fait qu’ils font leurs récits l’un en vers l’autre  en prose (on aurait pu mettre l’œuvre d’Hérodote en vers et  elle ne serait pas moins de l’histoire en vers qu’en prose), ils se distinguent au contraire  en ce que l’un raconte les événements qui sont arrivés, l’autre des événements qui pourraient arriver, car la poésie raconte plutôt le général, l’histoire le particulier.[69]

 

Pues, él recrea y presenta la historia silenciada de la estancia guevariana en Praga y abre al mismo tiempo, bajo la forma de una anticipación crítica, la página de la reconfiguración, tercera etapa de las ya citadas mimèsis, el espacio de un diálogo íntertextual continuo[70].

 

 

Bibliografía

  • Posse, Abel. Los cuadernos de Praga. Buenos Aires: Atlantida, 1998.
  • Beatriz Iacoviello, Abel Posse, Interview Abel Posse, Los cuadernos de Praga, Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, 1999, en http://www.ucm.es/info/especulo/numero10/a_posse.html
  • Aracil Varon, María Beatriz, Alemany Bay, Carmen, pr. Abel Posse: de la crónica al mito de América Alicante: Universidad de Alicante, D.L., 2004.
  • Aristote. Poétique. Texte établi et traduit par J. Hardy, dixième tirage revu et corrigé, Collection des Universités de France. Paris : Editions Les Belles Lettres, 1990, (Première édition en 1932), 91 p. 
  • Esposto, Roberto H., Peregrinaje a los Orígenes "Civilización y barbarie" en las novelas de Abel Posse. New Mexico: Research University Press, 2005.
  • Fuentes, Carlos. Cervantes o la crítica de la locura. México, Joaquín Mortiz, 1976
  • Ricœur, Paul. Temps et récit 1. Paris : Editions du Seuil, 1983.

* Hispanista, Profesor, Universidad Gaston Berger, Saint-Louis, Senegal; Becario de la Agencia Española para Cooperación Internacional y el Desarrollo (A.E.C.I.D), Octubre-Diciembre de 2010 (Universidad Complutense de Madrid).

[1]Posse, Abel. Los cuadernos de Praga. Buenos Aires : Atlántida, 1998.

[2] Palabras de Pierre Kalfon citadas por  Abel posse en Los cuadernos de Praga, Buenos Aires: Atlantida, 1998, p. 8.

[3] Entrevista de  Beatriz Iacoviello con el autor en Abel Posse, Los cuadernos de Praga, Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, 1999, en http://www.ucm.es/info/especulo/numero10/a_posse.html

[4]Otras novelas de Abel Posse publicadas respectivamente en 1978 y 1983.

[5] Carlos Fuentes. Cervantes o la crítica de la locura. México, Joaquín Mortiz, 1976, p. 82

[6]Abel Posse. Los cuadernos de Praga, ed. cit., , p. 121.

[7] “Pude estar en su casa que ahora será un museo, conocí a sus comandantes, a su mujer, amigos. Y ellos me han facilitado todo lo que necesitaba para darle esa dimensión humana que creo alcanzó mi personaje.”, Abel Posse, Los cuadernos de Praga, Espéculo, ed.cit., p. 2.

[8]Abel Posse. Los cuadernos de Praga, ed. cit., p. 54.

[9] Ibid., p. 149.

[10] Ibid., p. 58.

[11] Ibid., p. 55.

[12] Ibid., pp. 151, 152.

[13] Ibid., p.  213.

[14] Ibid., p. 32.

[15] Ibid., pp. 238-242

[16] Ibid., pp. 240, 241.

[17] Ibid., p. 160.

[18] Ibid., p. 51.

[19] Ibid., p. 89.

[20] Ibid., p. 94.

[21] Ibid., .p. 135.

[22] Ibid., p. 94.

[23] Ibid., p. 95.

[24] Ibid., p. 134.

[25] Ibid., p. 43.

[26] Ibid., p. 69.

[27] Ibid., p. 246.

[28] Ibid., p.173

[29] Ibid., p.173

[30] Ibid., p. 19.

[31] Ibid., p. 236.

[32] Ibid., p. 79.

[33] Ibid., p. 177.

[34] Ibid., p. 235.

[35] Ibid., p. 283.

[36] Ibid., p. 238

[37] Ibid., p. 79.

[38] Ibid., p. 83.

[39] Ibid., p. 257.

[40]cf. p. 162.

[41]Abel Posse. Los cuadernos de Praga, ed. cit., p. 70.

[42] Ibid., p. 66.

[43] Ibid., p.15.

[44] Ibid., p.16.

[45] Ibid., p. 27.

[46] Ibid., p. 42

[47] Ibid., p. 49.

[48] Ibid., p. 49.

[49] Ibid., pp. 70, 71.

[50] Ibid., p. 109.

[51] Ibid., p. 210.

[52] Ibid., p. 256.

[53] Ibid., p. 32.

[54] Ibid., p. 131.

[55] Ibid., p. 63.

[56] Ibid., p. 240.

[57] Ibid., p. 284.

[58] Ibid., p. 73.

[59] Ibid., p. 70.

[60] Ibid., p. 245.

[61]Abel Posse. Los cuadernos de Praga, ed. cit., p. 241.

[62] Genio o fuerza misteriosa en el ámbito magicorreligioso inglés.

[63]Abel Posse. Los cuadernos de Praga, ed. cit.,  pp. 43, 44

[64] Ibid., p. 12.

[65] Ibid., p. 118.

[66] Ibid., p. 202.

[67] Ibid., p. 128.

[68] Ibid., p. 306.

[69] Aristote. Poétique. Texte établi et traduit par J. Hardy, dixième tirage revu et corrigé, Collection des Universités de France. Paris : Editions Les Belles Lettres, 1990, (Première édition en 1932),  p. 42 (1451b).

[70] « Mimesis III marque l’intersection du monde du texte et du monde de l’auditeur ou du lecteur. L’intersection, donc, du monde configuré par le poème et du monde dans lequel l’action effective se déploie et déploie sa temporalité spécifique. », Ricœur, Paul, Temps et récit 1. Paris : Editions du Seuil, 1983, p. 109.